Muchas veces, cuando pensamos en dinero, nuestra mente se llena de preocupaciones:
“¿Me alcanzará? ¿Qué debo pagar primero? ¿Qué haré si me falta?”
Pero la Biblia nos enseña algo diferente: el dinero no es para que lo temamos, sino para administrarlo con sabiduría y generosidad.
Recuerdo una ocasión en un evento donde fui invitado a predicar. Yo nunca cobro por predicar; siempre lo hago de manera voluntaria, porque Dios provee.Al terminar el evento, alguien se me acercó y me dio un regalo en dinero. Lo primero que pensé fue en dar, porque desde mis 15 años mi pastor me enseñó a ser fiel en los diezmos y las ofrendas.
No importa la cantidad: sea un billete de $10 o de $100, lo importante es la obediencia y el corazón dispuesto a dar.
En Primera de Crónicas, capítulo 29, el rey David nos deja una enseñanza profunda sobre el manejo de las finanzas y la generosidad.
Aunque él era un líder amado por su pueblo, reconoce que no será él quien construya el templo de Dios, sino su hijo Salomón, elegido por Dios. Este acto de humildad nos muestra que todo lo que hacemos debe estar alineado con la voluntad de Dios y no con nuestro propio deseo.
David introduce el tema del dinero de manera clara: no busca enriquecerse ni aprovecharse del pueblo, sino honrar a Dios con lo mejor que tiene. Él mismo da primero, demostrando que dar debe ser un acto de corazón, obediencia y fe. Preparó oro, plata, bronce, piedras preciosas y madera, mostrando que cuando Dios es el centro, el estándar siempre será lo mejor posible.
Muchos podrían preguntarse:
“¿Por qué gastar tanto en oro y plata, habiendo tantas necesidades?”
La respuesta está en la motivación: David no lo hacía para impresionar a nadie, sino para honrar a Dios. Él entendía que la ofrenda debía ser de corazón, ofreciendo lo mejor que tenía.
Hoy en día, esto sigue siendo relevante. A veces, en la iglesia o en la vida cotidiana, podemos sentir presión al dar dinero o recursos. No se trata de la cantidad, sino de la disposición del corazón. Dar es un acto voluntario, un gesto de gratitud, y nunca debe ser impuesto ni usado para medir el valor de una persona frente a otros.
El verdadero reto no es tener dinero, sino cambiar nuestra mentalidad respecto a él. Algunos sienten que “nunca les alcanza”, mientras otros olvidan que todo lo que poseen pertenece a Dios y deben usarlo con sabiduría.
Ser buenos con el dinero significa aprender a administrar, ahorrar, invertir y dar con alegría. Así, el dinero deja de ser preocupación y se convierte en un instrumento de bendición para nosotros, para la obra de Dios y para quienes nos rodean.
¿Con qué corazón das tus recursos? ¿Pones a Dios primero en tus finanzas o solo te preocupas por lo que te falta?
Dar no se trata de cuánto tenemos, sino de cómo y con qué corazón lo ofrecemos. Cuando ponemos a Dios primero en nuestras finanzas, el dinero se convierte en un instrumento de bendición.